La prostitución de la imagen en redes sociales

La prostitución de la imagen en redes sociales

Aquellos que nacieron a finales de los 80 todavía tendrán ciertos recuerdos deliciosos de una adolescencia en las calles, liberados de tanta pantalla y tanto dispositivo móvil. Las últimas generaciones millenial saben lo que es crecer disfrutando de esa mayor libertad, sin que todo estuviera en Internet. Curiosos por naturaleza, se asombraron cuando esta ventana a un mundo virtual llegó a los ordenadores, y supieron sacarle partido. A mediados de los 2000, cuando estaban cumpliendo la mayoría de edad, encontraron en MySpace, Tuenti o Facebook un lugar donde conocerse y establecer vínculos. Pero entonces llegaron Twitter, Instagram y Snapchat y todo comenzó a cambiar. Las redes se convirtieron en otra cosa, y la mayoría de nosotros hemos acabado esclavizados ante lo que debemos y no debemos publicar. La imagen que damos en redes es prácticamente la que queremos dar al exterior, como si ya no hubiera diferencia entre nuestra vida real y la cibernética.

Instagram y TikTok son, en la actualidad, las redes sociales más importantes y seguidas. Todos deben estar ahí, todos deben postear fotos interesantes cuando salen de fiesta, vender lo que se espera de ellos. Desde el artista más grande del mundo a tu vecina con ínfulas de influencer de moda, todos quieren su trozo del pastel. Manejados por el dichoso algoritmo, que todo el mundo conoce pero nadie sabe exactamente cómo funciona, el público se ha convertido en una masa homogénea de reacciones. Buscamos los likes, los vídeos virales, llegar más lejos, cerrar acuerdos con marcas para vender sus productos… Los niños de hoy ya no quieren ser futbolistas o cantantes, quieren ser influencers streamers y youtubers. La imagen se ha acabado apoderando del mensaje y ya no hay forma de escapar de esto. ¿Dejar las redes? Sí, es una solución factible, siempre que no nos importe convertirnos en poco menos que parias sociales. La situación ha llegado a tal punto que estamos desvirtuando nuestra propia imagen, porque lo que subimos no es real. Solo buscamos la aceptación y la atención de los demás, llegando a prostituir nuestra forma de ser y mostrarnos por unos pocos seguidores.

Una nueva realidad sobre nuestro autoconcepto

Todos, sin excepción, vamos forjando un concepto de nosotros mismos, basado en nuestra imagen, nuestro físico y también en nuestra personalidad. Sin embargo, lo primero es mucho más sencillo de mostrar que lo último, y es que podemos juzgar a alguien en cuestión de segundos por cómo viste, pero no por cómo es. Resulta esto en un mundo mucho más superficial que ha llegado a un nuevo punto de inflexión con el éxito de las redes sociales, donde la imagen lo es todo. Sí, podemos escribir texto al lado de la fotografía en cuestión, pero no todo el mundo va a pararse a leerlo. Instagram es el epítome de esa necesidad de llamar la atención, de destacar entre el resto, algo complicadísimo cuando hay cientos de millones de cuentas haciendo lo mismo que tú. La realidad queda en un segundo plano y con ello, nuestro autoconcepto vira hacia un lugar muy peligroso.

Fotos y vídeos perfectos para redes sociales

Existe una corriente actual que asegura que cuanto más real se sea en las redes, mejor feedback se conseguirá de los seguidores. Sin embargo, esto se ha demostrado totalmente falso. Basta con comprobar qué fotos y reels suben las estrellas con más seguidores en la plataforma para ver el nivel de cuidado que se tiene a la hora de producir y editar el contenido. Eso de vender una imagen real, sin filtros, queda bien para ciertos asuntos, pero si de verdad quieres llegar a todo el mundo necesitas destacar. Las fotos y los vídeos que subas deben ser perfectos, cuidados al milímetro, producidos como si de una escena de cine se tratase. Y evidentemente, eso está lejos de ser algo natural. Las personas que trabajan para las redes sociales, los influencers cuyo cometido es estar al día en las tendencias, acaban por perder casi su naturalidad en pos de salir bien en este contenido.

La utilización de filtros y programas de retoque es tan habitual que ya no se puede discernir una fotos “normal” de una editada, porque seguramente todas lo estén, en  mayor o menor medida. Estamos hablando de un proceso que ha sido muy rápido, pero a la vez también natural, y que procede de las propias sesiones de moda de las revistas. Cuando conocemos a esa actriz o esa modelo tan famosa en persona nos solemos llevar una sorpresa: está mejor en la televisión. Lo preocupante es que ese efecto ya se ha expandido hacia cualquier persona con redes sociales. Tal vez nos llame la atención una chica por sus fotos en Insta, conseguimos quedar con ella… y la decepción es mayúscula cuando comprobamos que apenas es la misma persona.

La dependencia de la aceptación ajena

El problema real viene de haber normalizado esa situación. De dar por hecho que cualquier persona va a subir fotos trucadas o al menos retocadas a sus redes sociales. Nadie quiere salir mal en una foto, ¿verdad? Si hay que utilizar filtros, no hay problema. Si hay que retocar la foto en bikini para mostrarse más sinuosa, tampoco es para tanto. Todo el mundo lo hace, al fin y al cabo. Estamos creando una especie de monstruo de Frankenstein, distorsionando la realidad de una manera que está afectando ya a las nuevas generaciones, incapaces de estar “a la altura” de lo que las redes exigen. Porque al final todo depende de la aceptación de los demás, de los likes que obtenemos en cada publicación. Ese es el objetivo final que lo arrastra todo.

La situación llega a tal que en muchas ocasiones, las fotografías que se suben a las redes sociales son prácticamente pornográficas, siempre tratando de cumplir las reglas para no ser censurados. Esto provoca que de la prostitución de la imagen se pase casi directamente a la prostitución del propio cuerpo, mostrando todo lo que haga falta para destacar. Puede resultar sexista afirmar algo así pero solo hay que mirar las reacciones a fotografías y vídeos de chicas en bikini o traje de baño. De manera usual, una chica suele recibir muchas más reacciones a esas imágenes que a las demás en su feed, cuando salen tomando un café o sencillamente sonriendo a cámara. Las redes se han convertido en el epicentro de las llamadas de atención y hay quien no duda en sacarles partido de esa manera.

¿Un primer paso hacia la prostitución sexual?

No debemos ser inocentes y pensar que todas esas fotos en bikini o incluso topless se van a quedar solo en Instagram. Las chicas que suben este tipo de contenido muchas veces tienen cuenta en plataformas como Onlyfans, considerada por muchos como la nueva ola de la prostitución 2.0. También reciben todo tipo de mensajes privados en sus cuentas de Instagram, con proposiciones que en determinados momentos podrían hacerlas dudar… ¿Es una vía directa hacia la prostitución sexual? No, ni mucho menos. Pero la manera en la que se vende la imagen, en la que se naturaliza la sexualización del cuerpo, sí que puede llegar a ser preocupante a estos extremos.